martes, 19 de febrero de 2013

AQUEL DÍA


Despertar en aquella mañana incierta, donde la lluvia adormece y disminuye el aliento, donde el sol puede quemar cada partícula humana, es ese paisaje el que me extravía para sumergirme en una odisea interna, tratando de entender al mundo, tratando de entender a los demás y a uno mismo, tarea agotadora para un solo espíritu.

Mientras respiro, mientras recorro cada rincón de estas paredes, mi mente se consume con mil y un pensamientos, algunos alentadores, otros con la certeza de la amargura. Una vez que las calles muestran su rostro sombrío me conduzco a través de ellas, intentando buscar respuestas, ejercicio vano porque su destino es siempre chocar con un muro infranqueable.

Al ver este muro se me hace difícil distinguir la luz y el frío me invade en cada respiración, en ese instante mi corazón parece dejar de latir, es así que me pierdo entre la oscuridad y el frío, anhelando la tarde, anhelando la noche; ingrata sorpresa al saber que ahora la mañana ya se convirtió en día, ahora ni la tarde, ni la noche dan tregua al espíritu.

Me doy cuenta que en aquella mañana perdí mi razón, me doy cuenta que los sentimientos pueden asfixiar a la razón, me doy cuenta que a veces es necesario extraviarse para encontrarse, puedo dar fe de que todo cambia  y  me doy cuenta que solo soy un fragmento de aquel aliento infinito, que con elegancia descarada establece el fin o el principio de todo.

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